¿Amor definido deja de serlo?

El amor es algo que ha nadie deja indiferente, pues pobre del que no se vea asaltado por él. Con lo cual, la reflexión sobre el mismo es necesaria si queremos desvelar algunos de los secretos que se esconden en cada uno de nosotros. Sin embargo, seguramente pocos temas ofrecen tanta dificultad para el tratamiento filosófico. Y es que la sola definición es un misterio. ¿Qué es el amor?

Don Miguel de Unamuno, el maestro de Salamanca, decía que amor definido deja de serlo. Seguramente este sabio estaba en lo cierto. Pero la persecución a esa duda, tenga o no respuesta definitiva, merece ser transitada…Ya se verá hasta donde es posible llegar con ello. 

Amor en Platón y en Schopenahuer

Para atender un tema tan complejo es posible acudir, en primer lugar, a las algunas aportaciones filosóficas en este sentido. En cuanto a las teorías sobre el amor empezaré destacando dos perspectivas muy diferentes pero que fomentan a partes iguales la reflexión. Y para ello lo ejemplificaré con dos autores representativos de las diferentes formas de atender a tan importante y bello asunto. Estos son Platón y Schopenhauer.

Amor platónico

Es inevitable en un escrito como este acudir al filósofo ateniense. Pues la idea de amor platónico sigue vigente en nuestra sociedad. Sin embargo, hay que decir sobre este que una cosa es lo que se ha popularizado sobre el mismo y otra muy diferente la concepción del amor en este ilustre del pensamiento occidental. Para entenderlo es necesario aludir al concepto de relación amorosa planteado por Platón en sus obras “Fedro” y “El banquete”. Para el filósofo, el amor surge del deseo de descubrir y admirar la belleza. El proceso se iniciaría cuando alguien aprecia la belleza física y tras ello progresa hacia la belleza espiritual.

Como resultado, el amor platónico no se orienta finalmente a la persona, sino a la belleza en sí misma. Pues, se parte de la belleza física a la esencia. Y esta esencia es eterna e inmutable, perteneciendo al mundo de las ideas y no el físico en el que estamos inmersos.

Amor platónico como camino a la sabiduría

Es cierto que coloquialmente se suele entender que el amor platónico es aquel que se idealiza y que no abarca el deseo sexual. Por extensión de esta idea se le suele mencionar como el sentimiento romántico que se tiene por una persona que, por algún motivo, resulta inalcanzable. Por lo tanto, dicho amor no puede incluir un vínculo sexual.

Sin embargo, cabe resaltar que esta idea de un amor imposible de alcanzar o no correspondido con la cual se define el concepto de amor platónico en el habla cotidiana no es correcta. En realidad no tiene relación con lo descrito en los diálogos platónicos mencionados anteriormente, cuyo enfoque filosófico tiene implicaciones muy diferentes.

Para empezar, cabe recordar que el primer sentido que debemos adjudicar al amor cuando nos referimos a este filósofo es el que da nombre a nuestro propio proyecto Philos Sophia. Es decir, en primer lugar el amor es amor al conocimiento y la sabiduría (que es el sentido etimológico de la expresión que da nombre a esta página). En consecuencia, el amor platónico no implicaría tanto el amor a una persona idealizada sino que, en primera instancia, aludimos al amor por conocerla. Además, siendo para este autor la belleza del cuerpo el reflejo de la belleza espiritual, el alma humana debe aspirar a conocer esa belleza esencial y no tanto quedarse en la superficie. De ahí el sentido amoroso que estamos describiendo.

Fases del amor platónico

Además, si acudimos a los diálogos en los que el autor trata el asunto (entre los cuales recomiendo especialmente su obra “El Fedro”), según Platón, al encontrarnos con la belleza surge en nosotros el amor, que vendría a definirse como el impulso o la determinación que nos empujan a conocerla y contemplarla. A partir de aquí, surgirían una serie de fases que se dan en el enamorado de forma gradual. En cada una de ellas, el protagonista aprecia un tipo de belleza en particular, siendo estas a grandes rasgos:

  • la belleza corporal. Fase que a su vez puede dividirse en dos pasos. En primer lugar sentimos amor por un cuerpo bello en particular, y luego apreciamos la belleza física en general;
  • la belleza de las almas. Atravesada la apreciación del aspecto físico de una persona, comenzaremos entonces a enfocarnos en su interior, en el plano moral y cultural. Así el amor puede trascender la carne y apuntar al alma;
  • la belleza de la sabiduría. A partir de lo descrito, la admiración del espíritu conduciría a un amor por el conocimiento;
  • la belleza en sí misma. Si hemos sido capaces de superar cada una de las fases anteriores, entonces se revela ante nosotros el amor por la belleza en sí misma, desprendida de cualquier objeto o sujeto. Es el nivel de amor supremo.

Este último paso se caracteriza por conocer de forma apasionada, desinteresada y pura la belleza. Pero no ya en referencia a lo físico, sino en cuanto a su esencia más verdadera. Como resultado el enamorado que ha alcanzado estas fases será el sabio, que es capaz de adentrarse en el conocimiento de la Idea de Belleza. Y con ello, gozará de un sentimiento que no se corrompe ni se ve alterado con el paso del tiempo. Por lo tanto, no se trata de un amor imposible, sino de uno que se basa en la apreciación de las ideas y las formas perfectas, inteligibles y eternas.

Amor en Schopenhauer

Por su parte Schopenhauer tendrá una visión muy diferente de este mismo fenómeno. El alemán afirmará que para empezar a analizar el amor hay que meditar sobre la importancia que este sentimiento tiene en nuestras vidas. Y al hacerlo, este genio afirma que la esencia del amor es la elección individual de una pareja para procrear.

Aunque es posible que esta idea para muchos genere cierto rechazo, debe tenerse presente que Schopenhauer era un buen conocedor de los avances científicos de su tiempo. Con lo que la cuestión darwiniana de la evolución de la especie no le era ajena y sabía de la importancia de la biología en estos asuntos. Aunque la definición parezca cruda, cabe preguntarse si esto es tan diferente de algunas posiciones actuales que buscan la causa de este fenómeno en el cerebro, las cuales analizaré unas líneas más adelante.

En el caso de este autor, además, el hecho de que remita con él a nuestra propia naturaleza hace que le otorgue a este asunto no poca importancia. De hecho, que existan personas que enloquecen por amor demuestra la importancia de la existencia de éste. Por ello, es posible que aunque no quepa reducir el amor a la biología ciertamente esta tenga mucho que decir sobre el asunto.

En definitiva, para este autor el objetivo real del amor es crear un nuevo ser y la prueba de esto es que una persona que ama no se conforma con la correspondencia de ese amor, sino que necesita el contacto y el goce corporal. Este cambio en la forma de ver las relaciones humanas respecto a este sentimiento guarda mucha relación con la época. En este tiempo, el cuerpo se añade como objeto de estudio filosófico (de lo que tiene gran mérito precisamente este pensador), comienza a cocerse la fenomenología y por si fuese poco estamos en el romanticismo.

En conclusión, aunque de manera completa la aportación de Schopenhauer no es satisfactoria si que apunta cuestiones importantes a la hora de estudiar el comportamiento del enamorado.

Concepciones del amor en la antigüedad y en el romanticismo

Para entender las enormes diferencias entre ambas concepciones hay que acudir a las ideas que rodeaban a estos filósofos, y con ello, a su tiempo. Con dicho objetivo haré un repaso por la antigüedad y el romanticismo. Quizá las aportaciones de estas épocas nos ayuden a entender la concepción actual de amor posmoderno, que trataré también en las líneas que siguen.

Del eros griego a la concepción platónica

El amor desde la concepción griega se remonta, en principio,  a la mitología, de donde recibe el nombre de Eros. En griego antiguo eros significa  amor y pasión. Pero, ¿es este el de la concepción platónica?

El Eros griego

Eros es el dios griego del amor y el deseo sexual. También fue a veces adorado como dios de la fertilidad. Se cree que un contemporáneo de los primigenios del Caos,  por lo que Eros uno de los dioses más antiguos.

Generalmente, el Cupido romano es representado como un joven con alas, con su arco y flechas listas para disparar a los corazones de los dioses o mortales, y hacer que despierte el deseo en ellos. Sus flechas se dividen en dos tipos: de oro con plumas de paloma que despiertan el amor, y flechas de plomo con plumas de búho que causaba la indiferencia. Era considerado un ser sin escrúpulos, y un peligro para quienes lo rodean. Eros haría tanto daño como él podría, posiblemente por herir los corazones de todos. Sin embargo según el mito de Eros y la Psique narrado por Apuyuelo, él mismo cayó en el amor.

Se puede decir entonces que el Eros mitológico es puramente pasional y está orientado al amor carnal. Después de todo, siempre está acompañado de Afrodita, diosa de la belleza que está estrechamente vinculada a la lujuria en el pensamiento griego.

¿Pero es el eros de la mitología griega el mismo eros al que se refiere Platón en el  diálogo El Banquete? Con lo ya descrito el lector puede imaginarse que claramente la respuesta es negativa.El eros mitológico orientado al amor carnal y al deseo sexual difícilmente puede ser compatible con el pensamiento platónico, ya que según éste, el cuerpo es la cárcel del alma.

Platón y el Eros griego

Para Platón el amor no es un dios como en los mitos, sino más bien un daimon. Esto sería, a grandes rasgos, un espíritu intermediario entre los dioses y lo hombres. Los dioses poseen la belleza y la inmortalidad. El amor, en cambio desea siempre lo bello, y lo desea justamente porque carece de ello. Sin embargo, el amor, aunque carece de la belleza que tanto anhela, tampoco es feo ni malo, sino que es un punto intermedio entre lo bello y lo feo. Lo cual se explica atribuyendo el origen de Eros, a Poros (la abundancia) y a Penia (la pobreza) como sus padres.

Como resultado, el amor en Platón es algo más humano que divino. Pero de igual forma es la fuerza que nos impulsa a alcanzar las ideas eternas, de ahí su condición intermedia.

Con este cambio en la concepción mitológica, en su obra El banquete, Platón habla del amor descrito en lineas anteriores. Ese amor como motivación o impulso que lleva al conocimiento de la Forma o Idea de la Belleza y con ello a la sabiduría.

Claramente, esta visión del amor y del ser humano lleva consigo una creencia: la creencia en un mundo perfecto, bueno y alejado del material. La esperanza en un mundo mejor. En resumen, el amor sería la fuerza creadora o que engendra (no necesariamente en sentido físico, es decir, el del alma engendraría bien y felicidad). Pero lo principal es que es donador y fecundo.

El Romanticismo

A finales del siglo XVII y principios del XIX en un principio se continua con un modelo tradicional familiar dividido en roles. Con ello, el sexo es bien visto exclusivamente en el matrimonio. Pero se empieza a dar un cambio en estas actitudes debido a las distintas transformaciones en la sociedad. Como resultado, para el caso que nos ocupa, el romanticismo representó un movimiento ideológico en la primera mitad del siglo XIX que ubicó las fuerzas irracionales, las intuiciones, los ensueños, los instintos y la pasión amorosa.

Poco a poco, la forma de pensar de las personas cambia y se pasa a demandar libertad y derechos, uniendo en esta libertad a la mujer aunque de una forma tangencial. Estos cambios también influyen en el matrimonio. Crecen los matrimonios por amor y no por conveniencia. Por otro lado se da un exilio del campo a la cuidad y esto da como resultado que las personas puedan casarse con personas de sitios diferentes. Lo cual fomenta la diversidad.

Concepción del amor en el romanticismo

Será en este ambiente cuando surge el concepto de amor romántico. Este amor incide más en las mujeres debido a la idea de felicidad individual y a la legitimación progresiva del matrimonio por amor. Muchas ven la posibilidad de alcanzar una autonomía a través del amor y la paz conyugal.

Estas situaciones proporcionaron la primera “revolución sexual”que se dio lugar al prestar una mayor atención a los sentimientos. Lo cual llevó a un compromiso femenino más completo con la relación amorosa y a una sexualidad afectiva no utilizada para procrear.

Pero al mismo tiempo aunque estos cambios traen de la mano un amor que incluye la pasión también motivarán numerosos estudios que pretenden establecer la distancia que existe entre esta y el amor, pues no toda pasión será amorosa.

En definitiva, en esta época aparecerá la concepción del amor más ardiente de todas. Entre los enamorados existe una gran pasión. El deseo sexual es muy fuerte, existe una atracción física y mental. Este amor no mediría las consecuencias, hay una dependencia el uno del otro. Pero también puede desaparecer, ya que es repentino e incontrolable.

De hacer un pequeño resumen es posible decir que este amor mezcla el deseo sexual y el emocional. Pero también tiene como precio una gran dependencia emocional, pues es azaroso e irracional.

Pasión en el romanticismo

En su modalidad más sensual el amor pasional está basado fundamentalmente en la relación erótica. Este buscaría la fusión completa de los cuerpos. Pero, como consecuencia, los protagonistas experimentan sentimientos de posesividad y dependencia física, producto de esa pasión incontrolada.

En el romanticismo este tipo de pasión, como se ha dicho, adquiere un gran protagonismo, y por ello aparecen distinciones entre amor y pasión. ¿Cuáles eran las diferencias que se establecían entonces?

La diferencia está en que la pasión es una fuerte motivación que nos impulsa y nos dirige con el fin de satisfacer la necesidad biológica de reproducirnos. De esta forma la pasión está mezclada con el impulso sexual, lo cual casa bastante bien con la concepción descrita en líneas anteriores de Schopenhauer, que era hijo de este tiempo.

No obstante, no cabe reducir esta pasión al desahogo de nuestro instinto sexual. Pues en ella quedan incluidas las ilusiones y expectativas de los que la sienten. Y es que esta pasión podría dar lugar al amor, mientras que el deseo sexual satisface momentáneamente. Con el amor se disolverían las fuertes emociones, el éxtasis, el anhelo desmedido, el pensamiento obsesivo y la energía intensa. La pasión poco a poco se iría transformando en sentimientos de seguridad y comodidad, en una sensación de calma, en una unión satisfactoria.

Lo que solemos llamar amor romántico

Precisamente lo que hoy llamamos amor romántico es heredero de estos elementos señalados y de esta época en concreto. Siendo hijo de esta pasión desbordada tiene como sello de identidad la irracionalidad. Algo que gracias a la estética de las obras literarias que lo han tratado caló hondo en nuestra sociedad, pero que tiene su contra partida.

Este amor que surge de nuestra entrega total e irracional al otro empezó a ser considerado como un sentimiento diferente y superior a las puras necesidades fisiológicas, como el deseo sexual o la lujuria. Implicando, generalmente, una mezcla de deseo emocional y sexual, poco a poco se le fue dando más énfasis a las emociones que al placer físico. Algo que marca una enorme diferencia con el amor platónico referido anteriormente, que se centraría en lo espiritual. Las características más señaladas de este tipo de amor se difundundieron a través de relatos literarios, películas, canciones… Y llegó a popularizarse tanto que prácticamente ha sido durante mucho tiempo el único amor concebido por gran parte de la sociedad.

Esto ha llevado a la popularización a su vez de muchos de sus tópicos. El conjunto de estos nos describen un tipo de afecto que, se presume, ha de ser para toda la vida (te querré siempre), exclusivo (no podré amar a nadie más que a ti), incondicional (te querré pase lo que pase) e implica un elevado grado de renuncia (te quiero más que a mi vida).  Pero, ¿es esto positivo realmente? ¿No señalan estas expresiones limitaciones de los amantes más que posibilidades para su desarrollo en conjunto?

Precio del amor romántico

Este modelo de amor ha dado como resultado una idea de cómo debe ser la relación afectiva entre los individuos. Cuando un tópico coge fuerza, difícilmente se puede escapar del mismo. Y con ello, se reduce el margen de libertad de los individuos, que terminan siendo esclavos de una idea abstracta. Lo cual fomenta la frustración si no se consigue dicha idea, en lugar de permitir el disfrute de lo que se da de forma presente. Esto ha sido una de las enormes consecuencias de este ideal amoroso.

Este modelo de amor idealizado en el que se fomenta la entrega total de lo que somos para conseguir una relación acorde con dichas ideas crea fácilmente falsas expectativas en la persona. Pues al idealizar al otro, proyectamos en él o ella nuestro deseo, más que aceptar su verdadera condición de ser.

Evidentemente, dicha actitud conduciría irremisiblemente a la frustración. Y es que siendo la imaginación tan libre como es, buscaremos una persona perfecta que satisfaga nuestras carencias. Pero ¿es esto amor o simplemente consuelo? Crear expectativas de este tipo suele asegurar el fracaso afectivo, al confundir apego con enamoramiento. ¿Es bello realmente que el ser amado le necesite a su lado para poder desarrollarse? ¿No es mucho mejor que quiera estar a su lado para disfrutar de su libre desarrollo? ¿Quiere usted alguien que le acompañe por necesidad o simplemente por querer disfrutar de su compañía?

El amor romántico implica una dependencia del otro que no solo es insana para el enamorado, sino que además no es justa para ninguno de los protagonistas de la relación afectiva. ¿Quieren ustedes encadenar su alma a otra alma o disfrutar junto a otra alma de un vuelo en conjunto?

Además, aunque originalmente el amor romántico habría supuesto un estímulo para una primera emancipación femenina, en cuanto que ya podía disfrutar de un matrimonio por amor más que por obligación, esto no suponía la emancipación definitiva, sino un pequeño paso hacia ella. Y es que la llegada del amor romántico nos hizo a todos esclavos de nuestras expectativas e ilusiones, lo cual no nos permitía salir de los cánones establecidos por el modelo de relación establecida. Siendo esto así, ¿es posible identificar el amor romántico como amor o se trata de una idea desvirtuada de este?

En la actualidad no son pocos los expertos que se decantan por la segunda opción, pues no cabe confundir el amor con el apego. Asistimos a un cambio de nuevo. Cabrá preguntarse entonces, qué otra concepción es la que rodea a la sociedad que somos hoy.

Amor posmoderno

Mientras que en el amor romántico pagamos el precio de una dependencia emocional que puede ser perjudial para el desarrollo de los protagonistas que lo viven, con la llegada de la posmodernidad, al hacernos conscientes de este hecho, ha aparecido la búsqueda de librarse de dichos tópicos para disfrutar de nuestras emociones sin ser esclavos de dicha dependencia. Pero, ¿se ha conseguido? Y lo más importante, ¿tiene esto algún otro precio?

El amor posmoderno está basado en la fluidez, el cambio y el devenir, ya que busca una independencia emocional y no la unidad a través del amado. Como consecuencia, se han popularizado unas relaciones abiertas que impedirían caer en esta dependencia.

Nuestra sociedad ha ido cambiando, y la vivencia del amor y la sexualidad hoy es muy diferente a la de los tiempos anteriores. Todos hemos sido testigos de estos cambios en el discurso sobre el amor y el sexo. Han sido notables los acontecimientos que han influido en este cambio de perspectiva. Entre ellos destacan la llegada de los métodos anticonceptivos a mediados del siglo XX; las revoluciones sociales y democratización del poder; igualdad de roles de género; transformación de la estructura familiar y legalización del divorcio.

Problemas del amor posmoderno.

Estos cambios han permitido una diversidad sexual que claramente enriquecen nuestras libertades. Y como resultado, hemos tenido que reinventar el amor. Pero, ¿está ya todo hecho?

Anthony Giddens, sociólogo, se refería al amor romántico como el modelo que venía desde la sociedad moderna y que ha sido fundamento del matrimonio y la monogamia, sobre todo en la cultura occidental.

Para atender a sus tópicos solo hay que acceder a populares películas en las que él o la protagonista corre tras su amor o canciones que tienen una temática de desamor. Por otro lado, de este tipo de amor surgen ideas como la de la media naranja que nos hace pensar que hay una persona en el mundo que nos puede completar. Pero, ¿no es mucho mejor construirse como un ser completo y compartir lo que se es a esperar que otro nos complete?

Amor confluyente

Giddens llamó amor confluente a aquél en el que encontramos más posibilidades de sentir satisfacción y plenitud. A su juicio, el amor romántico hace que las personas dependan unas de otras. Además ha hecho que las mujeres dependan del matrimonio y de encontrar a ese hombre que desean para poder justificar su sexualidad.

Esto tiene como consecuencia que para los hombres en el “romántico” hay una relación de dominación. La mujer pasa a depender del ser amado. Y ambos amantes, frente a la sensación de que el otro le completa difícilmente tolerarán el fracaso amoroso o aceptarán la libertad ajena. Como resultado el otro, y más comúnmente la otra, pasa a ser una posesión más que una compañía unida por el amor. Esto ha llevado no pocas veces a recurrir a la violencia para mantener el dominio frente a esta virtual posesión, que sabemos sigue siendo un problema en la sociedad actual.

Como alternativa a ello, este sociólogo habla de un amor confluente. Este se caracterizaría por la unión voluntaria de las personas con un interés y satisfacción no sólo afectiva sino también sexual común. No se trata ya de una relación de dependencia sino de una voluntad que une y que permite mostrar la vulnerabilidad y las necesidades al otro.

La búsqueda del placer sexual recíproco se transforma. El erotismo ya no distingue entre mujeres “respetables” o “impuras”. El amor confluente surge en una relación que presupone la igualdad en el dar y recibir emocional y sexualmente. Pero este amor también tiene problemas cuando lo llevamos a la práctica, y el problema no es tanto la idea presentada como el hecho de que aún nosotros no hemos aprendido.

El problema del individualismo

Sabemos que las transformaciones sociales de los últimos años han sido enormes, por lo cual, no caben solo citar las ya referidas. También otros cambios han influido en la manera que tenemos de relacionarlos con los otros. Pero si cabe destacar uno es el creciente individualismo en cada uno de nosotros.

Con el auge del capitalismo recibimos constantemente estímulos que nos invitan a perseguir nuestra felicidad a través del consumo. Todo a pasado a tener un precio, y creamos deseos que pretendemos sean satisfechos de manera instantánea. ¿Se ha convertido así el “otro” o la “otra” en un producto más para alcanzar un placer determinado?

Con las trasformaciones resultantes de este proceso los lazos afectivos se han flexibilizado para atenerse a las nuevas expectativas del individualismo y a la búsqueda de satisfacción de las necesidades del ego. Estamos buscando que la relación amorosa no se base en la dependencia para que cada cual pueda gozar de su libre desarrollo, lo cual es positivo. Pero en el camino, los vínculos interpersonales se han vuelto más frágiles, vulnerables y precarios. De hecho, como reflejo de ello aumentan los divorcios y en la actualidad hay personas que van cambiando constantemente de relación pero nunca se sienten satisfechas. ¿Es esto producto de nuestra libertad o hay algo más?

Probablemente en gran parte de casos se debe a nuestra condición de ser libres, y de que cambiamos con el paso del tiempo. Pero también ocurre que, tal y como hacemos con cualquier producto que se nos ofrece en televisión, si no nos satisface la persona pues cambiamos para así encontrar lo que queremos en realidad. ¿Estamos saliendo de las redes del amor romántico para amarrarnos ahora a las del utilitarismo?

Amor en la sociedad capitalista. El otro como una mercancía

El consumo de una sociedad de mercado ha degenerado nuestros vínculos personales al tratar al otro como una mercancía más de la que la persona puede desprenderse o desecharla por no adecuarse a las necesidades de su ego. Como resultado, al implicarnos en una relación las intenciones son modestas, no se hacen promesas, y las declaraciones, cuando existen, no son solemnes. Uno pide menos, y se conforma con menos. Los vínculos duraderos despiertan ahora la sospecha de una dependencia paralizante, no son rentables desde una lógica del costo-beneficio.

Quizás el problema no está en el amor, sino en nosotros mismos. Nos entregamos ahora al canon establecido por la pareja de moda, aquella que parece ser la imagen del éxito. No hablamos del cuidado. No queremos admitir al que no se adecua a nuestro ideal de perfección. Hemos cambiado los referentes que teníamos en el amor romántico, pero en lugar de abrazar desde nuestra libertad, hemos sustituido un referente por otro. Librados de la dependencia del otro hemos caído en la dependencia de unos deseos que no apuntan a la realidad, sino a expectativas creadas que siguen dejándonos insatisfechos.

Para hablar de amor intuyo entonces que todos los problemas apuntan a lo mismo. Solo podemos disfrutar de una relación si se parte de la libertad de cada uno. Pero debemos incluir no solo la libertad física sino mental. Hay que tirar las barreras que existen en nuestro inconsciente. Se necesita entonces previamente un trabajo sobre nosotros mismos.

Pero había empezado el escrito buscando la definición de amor. Esto indica la libertad como requisito para disfrutar de las relaciones humanas. Sin embargo, no nos da una definición concreta sobre la naturaleza de este sentimiento.

¿Qué es el amor?

Seguramente cada cual tiene una respuesta a esta pregunta. Por lo variado de las definiciones del mismo será imposible entonces dar una descripción definitiva. Sin embargo, puede resultar interesante acudir a una de las más utilizadas en la sociedad actual para explicarlo, tanto a él como al sexo. Es común dar con publicaciones que atienden a encontrar la definición mágica acudiendo a la biología y el cerebro. No son pocos los que hablan de endorfinas, oxitocina, procesos neuronales, instintos…Pero, ¿esto lo explica todo?

Me detendré en este asunto para averiguar que hay de verdad sobre ese mito moderno de “el amor en el cerebro” que tan popular se ha vuelto en la red.

El mito del cerebro

Por mas que les pese a los cínicos, los escépticos, los decepcionados y los incrédulos, el amor existe. Eso si, cierto es que cabe preguntar, cuando nos enamoramos, ¿qué sucede en nuestra mente y en nuestro cuerpo?

Aparte de sus aspectos empíricos, siempre personales e introspectivos, el amor también puede ser examinado por la ciencia en cuanto experiencia humana. Recientemente la neurociencia ha hecho descubrimientos interesantes y hallazgos asombrosos con respecto a la experiencia amorosa. Claro que esto no explicaría el surgimiento del amor, como fácilmente se escribe en titulares sensacionalistas, sino que estos datos describen como actúa nuestro cerebro al encontrarse con él. Es como cuando nos encontramos con un árbol. Él esta ahí antes que el cerebro del observador. Cuando estudiamos cómo reacciona el cerebro frente a ese árbol estos procesos no sustituyen la realidad del árbol, sino que explican el proceso humano que se da al estar frente a él. Pero él es previo.

Así ocurre igualmente el objeto amado (entiéndase la palabra objeto en el sentido de objeto de nuestro amor y no como cosa en sí). Este es previo al proceso. Y para que se de dicho proceso actúan primero factores sociales, históricos, psicológicos… Todos en conjunto son los que hacen que esa persona sea amada, para lo cual se llevan a cabo una serie de reacciones. En ellas es en donde entraría el cerebro. Es decir, el cerebro explica el cómo, pero no el qué o por qué.

El cerebro del enamorado

El cerebro es el órgano donde se llevan a cabo todas las reacciones químicas que acontecen en nuestra vida y experiencia. Entre ellas también la amorosa. La rama de la neurociencia orientada a examinar el amor (entre la que destaca la neurofenomenología), hoy en día está en condiciones de poder reunir una ingente cantidad de información refinada y muy interesante.

El privilegiado órgano que llevamos en el interior de nuestros cráneos, con mas de cien mil millones de neuronas, es la “gasolina” o “energía” que permite que surjan procesos mentales y emocionales (como el amor). Pero ser la energía que mueve un cuerpo no es ser ese cuerpo. De ahí que ser el que da los elementos que permiten la manifestación física del sentimiento no le identifica con este sentimiento.

Es cierto que los neurólogos para simplificar nos explicarían que en el cerebro se gestan los procesos que nos hacen desear y amar. Sin embargo, los neurólogos, los antropólogos, los sexólogos y  los psicólogos coinciden en que el amor es una experiencia absolutamente espiritual y vital. No se trata de que el amor no exista, sino que es una experiencia humana. Por ello, el neurólogo ni siquiera estudia el amor como tal, sino al cerebro de la persona que lo siente intentando explicar el proceso neuronal que se desarrolla al aparecer este sentimiento, así como sus manifestaciones físicas.

Sin embargo, aunque el amor no pueda explicarse acudiendo solo a redes neuronales cierto es que los datos sobre este asunto son interesantes. Con ello, aunque la neurociencia no pueda responder qué es el amor si puede decir qué ocurre en nuestro cerebro cuando nos enamoramos.

Proceso cerebral del enamoramiento

Vamos al proceso de enamoramiento que se usa a veces como excusa para negar la realidad del amor o estrecharla en los límites de la biología equivocadamente.

En los ojos comienza el fenómeno. El enamorado potencial mira a la persona que puede convertirse en la presencia amada. Acto seguido, la imagen de ésta se registra inmediatamente en la retina, estructura que envía una señal nerviosa que viaja a través de los nervios ópticos. Tras ello, los axones (que serían la prolongación de la neurona que permite trasmitir la información a otra célula, como el cable de un teléfono) de las neuronas transmiten, en milésimas de segundos, un estímulo eléctrico hacia el lóbulo occipital (encargado de registrar y procesar las imágenes, como la tele del cerebro). Allí, hacen sinapsis con las neuronas de su córtex, constituido por los núcleos de las neuronas.

En resumen en el córtex queda registrada la imagen de la persona que ha visto el futuro enamorado (es decir el cerebro le ha dado al botón de REC para que esa imagen no se olvide). Y con ello las neuronas que elaboran la imagen envían estímulos nerviosos que hacen sinapsis (esto serían conexiones entre ellas) en los centros neurales que constituyen el sistema límbico. En él se encontrarían el tálamo, el hipotálamo, la amígdala cerebral, cuerpo calloso, el septum y el hipocampo.

Para simplificar, en este sistema límbico lo que tenemos son las estructuras cerebrales que procesan la memoria, la atención, los instintos sexuales, las emociones intensas (el placer, el miedo y la agresividad), la personalidad y la conducta.

La respuesta de estos centros nerviosos consiste en sinapsis que sintetizan tres neurotransmisores fundamentales. Generealmente son estos las excusas más recurrentes en los titulares que hablan de amor en el cerebro. Primero la dopamina, luego la luliberina y, un poco después, la oxitocina (esta última titulada en grandes medios como la hormona del amor…). Otros mediadores químicos son la serotonina, la feniletilamina y el factor de crecimiento nervioso (FCN).

Paremos un momento, ¿qué ha ocurrido en el ser humano que es portador de ese cerebro? Se han “encendido los lugares del placer”.

El centro del placer, dicen los expertos, está constituido por el núcleo tegmental ventral, el núcleo accumbes, la amígdala, el núcleo septal lateral, el núcleo y el tubérculo olfatorios y el neocórtex. Especialmente en el hipotálamo se sintetiza la dopamina; esta molécula nos pone eufóricos, alegres, entusiasmados, o más bien hace que nuestro cuerpo reaccione en función a estos sentimientos.

Estos procesos tienen como resultado que a nivel cerebral el objeto amoroso se ha convertido en el cerebro en una especie de droga que nos produce placer. Qué ocurre al acercarnos a la persona amada. Ocurre que todo nuestro cuerpo reacciona.Las pupilas se dilatan. El corazón incrementa sus latidos de 80 a 120 pulsos por minuto. Se eleva la presión arterial. La frecuencia respiratoria se torna más rápida. Aumenta la temperatura del cuerpo. Se erizan los vellos de nuestra piel. Activamos las glándulas sudoríparas. Se abren los poros de la epidermis y transpiramos.

La dopamina genera una reacción en cadena que consiste en la transmisión de estímulos eléctricos que viajan mediante las sinapsis a través de todo el cerebro anterior, el más evolucionado. En el sistema límbico se inicia esta reacción en cadena y, sobre todo, en el tálamo y en el hipotálamo, donde reside, al parecer,  nuestra memoria afectiva.

El resultado es que la imagen de la persona que han visto nuestros ojos se queda en estos centros nerviosos, que aseguran, por la acción de la dopamina, la sensación de bienestar y gratificación. El carácter adictivo del amor depende de la dopamina, pero la reacción en cadena que inicia esta molécula se mantiene mediante la retroalimentación desencadenada por millones de sinapsis cuya función consiste en sostener ese estado de excitación, euforia, alegría, bienestar y fruición, que caracteriza al amor en la fase que conocemos como “el flechazo”.

De toda la corteza cerebral llegan al sistema límbico los estímulos aferentes; y los núcleos del sistema límbico responden con más sinapsis dirigidas al resto del cerebro. En cada sinapsis se intercambian estímulos eléctricos y se sintetiza más dopamina y los otros neurotransmisores. Esto significa que la neurona que tiene la dopamina sería como aquél que está bebiendo una copa y le pasa su vaso a otro, así sucesivamente hasta que en el cerebro hay una fiesta en la que todas las neuronas están excitadas. Entiéndase, claro esta, el ejemplo como algo ilustrativo, pues el proceso es muy complejo.

El contagio continúa, y en dicho proceso se verán implicados a su vez numerosos acontecimientos que ocurren en nuestro cerebro sin que seamos conscientes de ello. Podría continuar nombrando y explicando algunos de ellos. Pero seguramente lo descrito sea suficiente para que preguntemos, ¿es el amor la borrachera del cerebro?

¿Es el amor la borrachera del cerebro?

La respuesta a esta cuestión es claramente negativa. Y es que una cosa es la reacción de nuestro cuerpo ante una experiencia vivida y otra la experiencia de la misma. Así que, aunque no hemos dado con una definición del amor, al menos ya sabemos que no es. No es un proceso cerebral. El proceso no entiende nada de la persona y las expectativas del enamorado. Eso es algo que pertenece a su vivencia interna, y que depende de la persona que no puede verse reducida a su biología. La borrachera se produce tras el amor. La mayoría de estas reacciones aparecen de forma inconsciente y pueden aparecer en parejas que llevas muchos años juntos, solo que se han habituado a la “borrachera” y no la notan de manera consciente.

Hay otra cosa que señalar. En los ojos empieza todo se ha señalado. Pues bien, estos para provocar este proceso pasarían un filtro en el que un hilo es la historia de la persona, otro sus gustos, otro la cultura, otro tus sueños… No podemos reducir la relación amorosa a condicionantes de la evolución, aunque estos jueguen su papel. Dicho discurso sería “acpetable” si fuésemos monos, y porque lo fuimos el cerebro reacciona asi. No obstante, incluso en este caso deberíamos enfrentarnos a dificultades pues en todos los mamíferos el factor social también tiene una relevancia enorme.

Además existen en nosotros varias particularidades que apoyan aun mas la afirmación de que el amor no es un proceso bio-químico, aunque si provoque un proceso de este tipo.

Lo que dice la biología

Si atendemos a la biología estamos “diseñados” para ser promiscuos. Es algo que la biología conoce desde hace tiempo gracias a los estudios sobre dimorfismo sexual, entre otras cosas. Esto viene de cuando éramos monos. ¿ Qué datos nos da la biología sobre este asunto?

En el caso de los gorilas, los machos luchan entre sí hasta que uno de ellos termina expulsando a los demás y tomando posesión de un harén de varias hembras. Por ello, los machos grandes y fuertes tienen ventaja para reproducirse. El resultado entonces es un acentuado dimorfismo sexual: el macho del gorila es casi el doble de grande que la hembra.

Sin embargo, no hay grandes diferencias de tamaño entre los machos y las hembras de los chimpancés y bonobos, que son promiscuos. Estas especies solo se diferencian genéticamente en un 1,6% de nosotros. La vida de los bonobos es una orgía constante. Todos los machos copulan con todas las hembras, que no tienen celo ni presentan signos externos de ovulación, igual que en los humanos.

La cópula, en estos, no solo sirve para la reproducción, también es una forma de cohesionar el grupo. En tal situación, la pelea por las hembras no es necesaria (de hecho en los bonobos es común que la hembra mande y sea la que copule con los machos del grupo).

Si los machos no se pelean entre sí, ¿cómo se asegura la supervivencia de los más aptos? La respuesta es la competencia espermática. Sus espermatozoides libran la batalla dentro de las hembras, mezclados con los de otros machos. El semen de mejor calidad tendrá más posibilidades de fecundar, es decir la hembra copula con todos y el mejor semen gana.

También influye la cantidad. Los bonobos tienen los testículos más grandes y producen la mayor cantidad de semen en cada eyaculación en proporción a su tamaño. En comparación, el gorila tiene un micropene de apenas cuatro centímetros y produce poco semen durante un coito de 16 segundos. ¿Para qué más? Su paternidad está asegurada después de ganar la pelea.

Todo parece indicar que la competición espermática también tiene lugar en los humanos. Pocas diferencias de tamaño entre macho y hembra, testículos grandes, el segundo mayor volumen de eyaculado y, por si fuera poco, el pene más grande de todos los primates. Todo esto señala que somos hermanos de estos bonobos y por tanto como llegamos al mundo preparados para la promiscuidad.

Además, la corona del pene humano tiene una forma acampanada que no se ve en otros simios. Según varios estudios, está diseñada para crear vacío en cada embestida y, así, extraer el semen de competidores anteriores, con el mismo principio que un desatascador casero.

Pero entonces, la cuestión es: si nuestros cuerpos no están hechos para la monogamia, ¿por qué hemos cambiado?

Al llegar a Neolítico fuimos protagonistas del que seguramente fue el cambio en la estructura social más importante de nuestra historia. Y en este, descubrimos las “ventajas” de ser monógamos.

Más allá de la biología

No son pocos los utilizan lo expuesto acerca de nuestra biología para decir que no tener pareja es lo natural. Puede que estén en lo cierto. Pero cabe tener en cuenta que hace mucho que no somos solo primates y que nuestra forma de vida nos alejó del bonobo. Si este cambio es positivo o no cada cual juzgue según piense.

La reflexión siempre debe ser libre. Pero lo cierto es que a partir de este cambio en la reproducción sexual empezamos a hacer cosas como el arte, convivir socialmente, no abandonar a nuestros hijos…Algo que se resumiría afirmando que llegó el momento de trascender la naturaleza para dar paso a la cultura, pasamos de monos a seres humanos.

A partir de aquí, las leyes naturales no son las únicas a tener en cuenta, ni tampoco los procesos que son producto de ella. El ser humano pasó a ser más complejo. La cultura, la sociedad y la psicología de los individuos tienen en lo que somos un peso enorme, tanto como nuestra condición biológica. Y cambiadas estas condiciones también se transforma lo que es positivo o no para el mantenimiento de dicho tipo de vida. Por ello, aunque anteriormente la “estrategia” de andar de flor en flor era productiva y sencilla, y mejor para reproducirse en gran número, la nueva forma de comportarse en la sexualidad aumentaba el nivel de tolerancia de la persona y en el Neolítico nos ayudo a sobrevivir como comunidad.

Seguramente esto se fue al traste a medida que la misma sociedad se volvía más compleja. A mayor número de individuos más difícil la organización. Con ello poco a poco, aunque avanzamos en muchos sentidos, también la cultura nos limitaba en cierta manera. Al convertirnos tiempo después en una sociedad patriarcal en la que el matrimonio se acordaba para tener una mujer esclava, llegamos poco a poco a imaginar distintos tipos de amores, como los señalados anteriormente, que nos han impedido hasta el día de hoy dar una definición exacta de esta vivencia y que a veces ha supuesto un freno para el libre desarrollo.

De esto cabe decir que aunque la biología no nos dice que es el amor nos ha dicho que no es. No es un proceso químico. No es tampoco un proceso social. Pero si sabemos algo. Todos estos aspectos, sociales, históricos, biológicos, cerebrales…juegan su papel en conjunto. Sin embargo, seguimos como al principio. ¿Qué definición dar entonces a esta experiencia humana que todos vivimos pero que tan difícil es resumir en palabras?

Creatividad del amor. Amor definido…

La única conclusión posible es que, en términos teóricos, el amor es un secreto desconocido. Las relaciones amorosas han trascendido la biología, han variado con la historia, y con la posmodernidad hemos abierto la puerta a distintas formas de vivirlas, a pesar de que aún estemos en la tarea de no caer en las redes de un discurso individualista que permita tratar al otro como un objeto.

Cada persona es un universo que experimenta la experiencia amorosa de una forma u otra. Con lo cual no cabe ridiculizar al que prefiere una pareja estable ni acusar al que va de flor en flor. El amor es creativo, y de ahí que no pueda reducirse a la biología, ni a la cultura, ni a la psicología….Tiene un poco de todas sin reducirse a ninguna. Es el precio de ser humano. Pero también es una oportunidad para compartir lo que somos, proyectarnos hacia los otros, siempre y cuando se haga desde la libertad de la persona.

En definitiva, hay tantos discursos sobre el amor como formas de experimentarlo. En la misma disciplina filosófica podemos elegir numerosas perspectivas sobre el asunto, como la de Erich Fromm, Maria Zambrano, Julían Marías…Pero las grandes diferencias que se dan entre estas son pruebas de la falta de definición del mismo. Quizá estuviera en lo cierto el maestro con el que empecé este artículo, Don Miguel de Unamuno. Puede que ninguna definición sea acertada porque el amor definido deja de serlo.

Raquel Moreno Lizana.