La musa de Kierkegaard como semilla del existencialismo

Kiekegaard es un filósofo que a nadie deja indiferente. Es muy sencillo para el lector empatizar con su discurso en cuanto que nos habla a cada uno de nosotros. Se dirige a la vida personal y única de cada ser humano. Como dijera Unamuno años más tarde, seguidor de la senda del danés, Kierkegaard habla del hombre que ríe y llora, que siente y padece.

Cuando analiza nuestra existencia se dirige al ser humano de carne y hueso, a nuestra experiencia del mundo, con las cargas y pesares que este implica. De esta forma, lejos de abstracciones que hablan de un ser humano que suena lejano a nuestra individualidad, por la excesiva generalización que esto implica, este autor acude a las entrañas de lo que sentimos y pensamos, y con ello emociona e impacta a partes iguales.

Kierkegaard el personalista

Este peculiar discurso y su impactante temática son la que originaron la corriente existencialista, una de las que más pasiones levanta entre los lectores. Sin embargo, siendo de corte personalista, en el caso de Kierkegaard no cabe atender a su filosofía como a un discurso donde encontrar respuestas genéricas.

Debido a la inclinación descrita, su obra va de la mano de su propia vida. No es extraño, pues el filósofo personalista habla desde lo que conoce, que es uno mismo. Con ello, su filosofía es una especie de diario que para el lector supone la semilla de la reflexión, pero que para comprender al completo es necesario atender desde lo que sabemos fue la vida del propio autor.

No escribiré en este artículo una biografía completa del mismo, el espacio y la voluntad de no restarles mucho tiempo me lo impide. Pero siendo su biografía de enorme importancia me centraré en uno de los elementos de su vida que revela la visión que este autor tenía del mundo y, al tiempo, condicionó su bella y fructífera obra. No es otro que su historia de amor con Regine Olsen, la cual fue musa de este genio durante toda su vida.

Regine mucho más que un romance

Regine nació el 23 de enero de 1822, en un distrito de Copenhague, en Dinamarca. Conoció a Kierkegaard la primavera de 1837 cuando ella solo tenía 15 años. Según comentó ella misma, la primera vez que se vieron Kierkegaard le había causado “una impresión muy fuerte”. Una conexión mutua se desarrolló entre ellos, mientras Regine tenía por tutor a Schlegel.

Kierkegaard, por lo general, era un hombre que a pesar de ciertos defectos físicos que le acomplejaban, como su joroba, solía impresionar bastante por su mirada azul, que caminaba entre la melancolía y el asombro que el filósofo tiene ante el mundo. Esto unido a su conocida amabilidad, envuelta en un aire de misterio, enamoró a la joven al instante. En principio parecía un romance entre otros, ninguno de los dos imaginaba que este sería fuente de reflexiones en el filósofo que ayudarían al nacimiento de una nueva corriente en la disciplina: el existencialismo. 

Regine también enamoró perdidamente a Kierkegaard, quien empezó a buscarla durante un largo periodo de tiempo, primero como amigo y después cortejándola. El 8 de septiembre de 1840, finalmente este pensador se armó de valor y le reveló sus sentimientos cuando ella tocaba el piano para él, en la casa de la familia Olsen. Él contó estos eventos años más tarde en su diario: “‘Oh!, qué me importa la música, eres tú a quien quiero, te he querido por dos años’ Ella se quedó callada.” 

Una despedida por amor

Tras esto, el que se convertiría en padre del existencialismo procedió a pedir la mano de la joven y ambos se prometieron en matrimonio. Sin embargo, menos de un año después de haber formalizado el enlace, el mismo Kierkegaard lo rompió, era un 11 de agosto de 1841.

En sus Diarios el danés confiesa que pensaba que su «melancolía» le hacía inválido para el matrimonio, pero el motivo concreto de su ruptura sigue sin estar claro. No obstante, de creer lo que nos dice el propio protagonista la dejó por el mismo amor que le profesaba, pues su estado melancólico no era propicio para hacer feliz a su amada (o al menos eso creía él).

En general se cree que los dos estaban profundamente enamorados, quizás incluso después de que ella se casara con Johan Frederik Schlegel (1817—1896), un prominente funcionario (no debe ser confundido con el filósofo alemán Friedrich von Schlegel). A partir de entonces, en general, su contacto se limitó a encuentros casuales en las calles de Copenhague. Sin embargo, algunos años después, Kierkegaard llegó a pedir al marido de Regine permiso para hablar con ella, pero éste se lo negó. Los conocidos de esta triste pareja afirmaban que también Regine lo amó durante toda su vida. 

Desgraciadamente para Kierkegaard, poco después Regine abandonó el país con el que era ya su marido, al que nombraron gobernador de las Indias Occidentales Danesas. Para cuando ella volvió a las calles que fueron testigos de su idilio con el filósofo Kierkegaard había muerto. No obstante, Regine, tras su muerte en 1904, fue enterrada cerca de Kierkegaard en el Assistens Kirkegaard de Copenhague. 

Dejar volar el amor

El mismo hombre que escribiese El diario de un seductor, había tenido el amor en sus manos, pero tuvo que dejarlo volar por sentirse incapacitado para hacer feliz a su amada. Esta historia se impregna en su filosofía, que siendo de corte personalista no puede evitar reflejar parte de la experiencia vital de este autor.

De esta forma, cuando Kierkegaard nos habla de la contradicción humana, el miedo, la angustia y del peso de nuestra existencia sabemos que en su caso estos sentimientos nacieron (en parte, pues hay otros elementos biográficos que ayudaron a ello) de un corazón roto que llevó durante toda su vida el recuerdo y el rostro de la mujer que aparece en la siguiente imagen.

Un amor nunca olvidado

Regine nunca fue olvidada por el danés, y fue musa de fragmentos en su obra de enorme belleza. Tómese como ejemplo el siguiente, el el que la dama a la que renunció se presenta como la soberana y dueña de su corazón.


“Vos soberana de mi corazón guardada cual tesoro en lo más profundo de mi pecho, en la completitud de mi pensamiento, allí… ¡desconocida divinidad! Oh!, puedo realmente creer los relatos del poeta, que cuando uno ve por primera vez el objeto de su amor, imagina que lo ha visto hace mucho tiempo, que todo amor, como todo conocimiento, es reminiscencia, que el amor también tiene sus profecías en el individuo. … creo que habría de poseer la belleza de todas las chicas para poder dibujar una belleza igual a la tuya; que habría de navegar alrededor del mundo entero para poder encontrar el lugar que me falta y hacia el que apunta el más profundo misterio de mi completo ser, y al momento siguiente estás tan cerca de mí, llenando mi espíritu tan poderosamente que me glorifico y siento que es bueno estar aquí.”


 Cartas de Soren Kierkegaard, Alexander Dru ed. 1958

¿Es una locura dejar marchar al amor de su vida?

Muchos creen que fragmentos como el anterior demuestran que Kierkegaard se arrepintió durante toda su vida de haber dejado marchar a Regine. ¿Es una locura que dejase marchar al amor de su vida? Si creemos en los motivos que alude, en su incapacidad para hacerla feliz, más que muestra de locura puede tomarse como un verdadero acto de amor, interprete cada cual según crea. Es posible que pocos actos sean tan verdaderos y complicados como el de dejar marchar a lo amado en favor de su felicidad. ¿Demuestra esto honestidad y sincero cariño?

Es complicado responder a estos interrogantes, así como saber si Kierkegaard se arrepintió de este hecho o se conformó con hacer de ella su musa. Lo que si es destacable es que el propio padre del existencialismo que nos habló de la angustia como el vértigo de la libertad, usando ese dolor humano como previo y necesario para disfrutar de nuestra condición de libres, vivió envuelto en ese mismo sentimiento que describía. Pero, paradójicamente, de este dolor nació una filosofía que traía un discurso en el que pretendía hacernos libres a todos.

Así pues, sean cuales sean las respuestas a las preguntas planteadas, es de justicia ponerle rostro a la musa que dio nacer las ideas de uno de los filósofos más destacados de nuestra historia reciente, cuya pluma enamoraba tanto como su profunda mirada a la dama de la imagen. 

Raquel Moreno Lizana