“Cartas a un joven poeta” de Rilke

En principio esta reseña está dedicada a un epistolario, el conjunto de cartas que surgen del intercambio entre dos poetas. Sin embargo, en este caso hablamos de mucho más, pues “Cartas a un joven poeta” bien podría describirse como una pequeña biblia sobre el acto de madurar. Una enciclopedia que nos habla sobre la ansiedad, el desconcierto y de la búsqueda de respuestas. Las diez cartas que conforman este escrito son testimonio no sólo de la vida, sino de la riqueza del pensamiento de uno de los poetas más importantes del siglo XX, pues a pocos deja indiferente la pluma de su autor, Rainer María Rilke.

El autor

Si algo caracteriza a Rainer Maria Rilke es su carácter de poeta por una vocación total, pero también por ser un hombre que hizo de su desagrado ante la realidad una torre en la que habitaba con sus demonios, con princesas, marquesas y baronesas a las que fue enamorando de golpe con una mezcla de pasión por el arte y fracasos de vida. Rilke fue una verdadera encarnación de la poesía. 

Como todo genio, su figura alcanzó pronto el cariz de las leyendas que van confeccionando la biografía entre el talento desbordado, la pureza dudosa y una pulida condición novelesca. En ésto último traía el antecedente de su propia madre, que lo trajo al mundo una tarde de 1875, en Praga (parte aún del imperio austrohúngaro), como si hubiera nacido un príncipe en vez del resultado de un matrimonio formado por un militar frustrado que quedó en trabajador de los ferrocarriles y una dama que combatió su condición de clase media con fantasías que le hacían escapar de la realidad. 

Nacido para poeta

Quiso desde el principio que el chico fuera poeta. Pero lo vistió de niña hasta los seis años por la imposibilidad de aceptar la muerte prematura de la hermana mayor. A la vez se sobrepuso a la incapacidad del marido, del que se separó, afirmando su dignidad como mujer. Aquello condicionó el mundo del joven, lo que acuñó aún más su extrañeza a ojos de los demás, así como su condición desigual entre los chicos de su edad.

Rilke era distinto por vocación y por destino. Un chico vencido por sus alucinaciones. Un rebelde que se lanzó a las letras como vía de salvación. Un poeta extremo y extraordinario capaz de invocar a lo invisible, lanzando cabos entre lo humano y lo divino. Lo cual le convirtió en un icono de su tiempo.

Hoy es uno de los creadores principales de la poesía contemporánea. Y esa pasión que desbordó en su vida se traslada a obras como la que protagoniza esta reseña, con lo cual sus letras siguen tan vivas como cuando fueron escritas.

La obra

Cartas a un joven poeta es, probablemente, una de las obras más singulares de este autor, pero también en la que podemos acercarnos más íntimamente a su pensamiento y aprender de una de las mentes más brillantes de nuestro pasado reciente. Pocos escritos son tan íntimos y sinceros como una carta, y precisamente esto es lo que encontramos, pero la temática y los participantes en el intercambio epistolar hacen de ellas un verdadero tesoro para las mentes inquietas.

Existen muchas correspondencias célebres, admirables por su estética, su profundidad o la importancia de su carácter para entender la vida de distinguidos personajes; es el caso de ilustres como Kafka o Rimbaud, así como el presente. De Rilke se conservan numerosas cartas, destacables entre ellas las que intercambió con su musa Lou Salome. Sin embargo, éstas son las más populares y representativas, y es que las ideas que subyacen a sus letras pudieran ser una verdadera ventana que nos muestra el alma de un poeta, cuyos ideales humanos nos empujan a la reflexión.

Correspondencia entre poetas

Las cartas que encontramos en esta obra son las que el poeta escribió entre los años 1902 a 1908 remitidas al cadete y joven poeta Franz Kappus, y publicadas por este último veinte años después de la muerte de Rilke.

Kappus era un joven cadete que estudiaba en la misma academia militar en la que años antes lo había hecho  Rilke. Un día, Kappus se encontraba leyendo un libro del poeta, y fue sorprendido por el capellán de la academia que le informó de la casualidad referida. Su admirado escritor había paseado por los mismos pasillos que ahora paseaba él. Esto hizo que el joven sintiera más cercano al autor de las letras que admiraba y, ni corto ni perezoso, se animó a escribir a aquel hombre al que tan sólo conocía a través de los versos, pero a quien le unía el amor por la poesía.

Para su sorpresa, tras un tiempo de espera, recibió una carta como respuesta cuyo remitente no era otro que el mismísimo poeta, que había respondido estando en la bella ciudad de París. Así se inició una relación que duraría algún tiempo, y que seguro fue determinante en la vida del joven que soñaba con ser poeta y, puede, que también en la de Rilke, pues sus cartas se convirtieron en profundas reflexiones que le acercaban a sí mismo.

Temática de las cartas

El joven Kappus deseaba que la mirada de Rilke fuera la que dictaminase su valor como escritor. Ese papel de crítico le transformó en la primera misiva en el de consejero, rol del que Rilke reniega en repetidas ocasiones, pero que representa, sin quererlo, desde la más absoluta humildad y con la brillante lucidez que le caracteriza. El libro no contempla las cartas que el joven Kappus enviaba a Rilke, pero en cada réplica se puede leer la conversación profunda entre ambos poetas, entre el que todo lo ha visto y el que aún no sabe mirar.

De esta forma, con la excusa de buscar el consejo del ilustre poeta encontramos reflexiones profundas de Rilke sobre variadas temáticas que transforman estas cartas en mensajes a la humanidad sobre lo que puede considerarse toda una filosofía de la vida. El arte, la necesidad de buscarse a sí mismo, la naturaleza, el amor, la soledad, la aceptación, serán algunas de las cuestiones que se planteará el lector de la mano de este poeta cuyas letras son una bella herramienta para mejorarnos a nosotros mismos.

Y es que más que una obra literaria lo que encontramos en estas páginas es un mensaje vital para cada lector que para captar el mensaje de Rilke debe recibir sus reflexiones con la misma humildad que caracterizó a este genio, haciendo un ejercicio de desapego a lo establecido y abriendo los brazos a una visión poética de nuestra existencia que puede aportar belleza a la construcción de nosotros mismos. Tómese por tanto esta reseña como recomendación de lectura de lo que estén dispuestos a asumir tan noble tarea.

Raquel Moreno Lizana.