“Breve tratado de la ilusión” de Julián Marías

En esta reseña se trata una obra tan breve como intensa, que difícilmente puede dejar indiferente a las mentes que se consideren inquietas. En ella el autor tratará la ilusión desde un punto de vista teórico movido no solo por intereses personales sino por un singular descubrimiento. Dicho término y el concepto que conlleva es algo privado y singular del hispanohablante y la falta de estudios sobre la emoción que conlleva hace necesario un tratamiento filosófico de la misma. Por ello, Marías analiza las implicaciones de dicho término, sus orígenes y su relación con la realidad humana.

El resultado es una obra cuyas páginas invitan a continuar dicha investigación pero además con un entusiasmo trasmitido al lector, que no podría ser de otra forma si de dicho tema se trata. En definitiva, el disfrute y el aprendizaje van de la mano en este breve ensayo que nace de la pluma de uno de los filósofos españoles más influyentes de los últimos años.

El autor

Julián Marías nació en Valladolid el año 1914. Desde su niñez vivió en Madrid, en cuya Universidad cursó estudios de Filosofía y Letras. Fue pronto un destacado discípulo de Ortega y de Zubiri, siendo en 1936 Licenciado en Filosofía y doctor en 1951. Junto con Ortega colaboró en la fundación del Instituto de Humanidades (Madrid, 1948). Por si esto fuese poco, también ejerció de profesor visitante en el Wellesley College y en Harvard (1951-1952). Hablamos de un activo intelectual que constantemente daba cursos y conferencias en España, Portugal, Francia, Alemania, Inglaterra, Perú, Colombia, Chile, Argentina y los Estados Unidos. Además ejerció de colaborador en diversas revistas españolas y extranjeras y del diario ABC de Madrid.

Este pensador, uno de los más destacados de la España contemporánea, dedicó toda una vida a la disciplina filosófica. De hecho son inumerables (por lo extenso de las mismas) las obras que dedicó al estudio y difusión de la misma. Sin embargo, cabe destacar especialmente su Antropología Metafísica, en la que aporta una visión del ser  humano que camina entre Ortega y Unamuno. Siempre preocupado por el tema de “la persona” muchos de sus escritos hablan de nosotros mismos. De nuestro pasar por el mundo y de los sentimientos que nos abordan en la vida. Este es precisamente uno de ellos. En “Breve tratado de una ilusión” nos encontramos un Marías que se adentra en cada uno de nosotros y con cuyo discurso, a pesar de tener una intención teórica y aclaratoria, es fácil que empatice el lector. 

La obra

En estas páginas el filósofo de la escuela de Madrid alude a la necesidad de reflexionar sobre lo que se vive para tomar posesión de ello. Así aparece la inquietud sobre la ilusión como un sentimiento humano, sobre el cual el autor de esta obra pasará a teorizar tomando como partida la etimología e historia del concepto protagonista.

-La palabra ilusión: un secreto de la lengua española

Marías parte del hecho de que la palabra ilusión proviene del latín illusio, por lo que aparece en las lenguas romances y en algunas como el inglés. No obstante, hay que tener en cuenta que en sus primeros usos se le dio un significado negativo. Traduciéndose como burla, falsedad. Sabido esto el autor procederá a narrarnos la historia de este concepto, que en los días que corren tiene un uso positivo muy distinto al original.

Con ello, el filósofo cae en la cuenta de que es en el español donde comienza a aparecer el significado positivo de la palabra ilusión. De hecho, con este significado, comienzan a surgir distintas expresiones como “tener ilusiones”, “vivir con ilusión“, etc.

Rasgando en la historia, puede comprobarse que el cambio semántico de ilusión tiene lugar en los primeros decenios del siglo XIX. Sin embargo, no fue registrado por los diccionarios hasta finales de dicho siglo. Hasta entonces, la ilusión era fruto de la imaginación, algo engañoso, un sueño imposible de alcanzar. En 1875 sigue su significado negativo, pero poco a poco empieza a verse el positivo, aunque predomina la noción de error. 

Nuevo sentido…¿De la mano de los poetas?

Finalmente es a mediados del siglo XX cuando se comienza a registrar la mayor parte de los aspectos positivos de esta singular palabra: tener ilusiones, hacer algo o poseer algo que nos haga sentirnos bien. Pero, ¿Cómo se da lugar dicho cambio en el sentido de la palabra? Marías apunta a la literatura. Así en su investigación detecta como fue precisamente el poeta Espronceda el que por primera vez registra por escrito este nuevo sentido positivo, dejando atrás la tradicional acepción que aludía a la falsedad. Lo cual hace en uno de sus poemas de juventud, en “El Pelayo”, que en su segunda estrofa dice:

Tornan los siglos a emprender su giro
de la sublime eternidad saliendo,
y antiguas gentes y ciudades miro
súbito ante mi vista apareciendo:
de ellos a par en mi ilusión respiro,
oigo del pueblo el bullicioso estruendo,
y lleno el pecho de agradable susto,
contemplo el brillo del palacio augusto.

En este mismo autor ocurrirá más veces, y poco a poco este nuevo sentido se irá popularizando en el mundo literario. Si era una acepción popular de la que estos genios se hicieron eco o si por el contrario fueron ellos los que renovaron nuestra lengua es algo que Marías no puede conocer, como tampoco esta que escribe. Pero lo que es cierto, es que con este nuevo sentido aparece una verdadera singularidad en el mundo hispanohablante. 

Por ello, el mismo Marías nos recuerda que cuando quiere traducirse este uso de la palabra ilusión a otras lenguas se emplean significaciones que en nuestra lengua son bien distintas, como entusiasmo, alegría o esperanza. Pero bien sabemos que dichos términos no son exactamente lo mismo, la palabra ilusión alude a un sentimiento muy particular. Viendo entonces sus peculiaridades el autor de este emocionante tratado pasará a reflexionar sobre el alcance filosófico de dicha significación.

-La ilusión: hija de nuestro carácter futurizo

Según Marías sentimos ilusión gracias a nuestro carácter futurizo, es decir, de nuestra forma de estar en el mundo proyectándonos siempre hacia un mañana. Este carácter inevitablemente humano lo desarrolla de forma magistral este mismo autor en otra de sus obras: La Antropología Metafísica, que aprovecho para recomendar. Es dicha condición futuriza la que nos obliga a anticipamos y proyectamos a lo que ha de venir. Como producto de ello, aparece la ilusión que aunque no está presente y no es palpable, nos invita a saltar hacia lo venidero dándonos la sensación de un margen de seguridad ante el incierto futuro.

Como resultado, vamos construyendo el futuro con proyectos y “con la ilusión” de poderlos llevar a cabo. Sin embargo, sabemos que existe la posibilidad de conseguirlo o no, pues el futuro no lo podemos controlar. Además, por ello mismo también somos conscientes de que un día u otro tenemos morir. En consecuencia,  la ilusión tiene un doble sentido, el positivo como la posibilidad de anticipación y el negativo como camino erróneo hacia nuestros objetivos o que la vida se termine sin realizarlos.

La ilusión: necesaria para construir la persona

Si atendemos a las etapas de la vida humana, verdadero objetivo de la filosofía de Marías, y a este sentimiento en las mismas encontraremos que es absolutamente necesario para realizarnos como personas. Sobre ello, el autor de esta obra se percata de que el niño pequeño es todo ilusión, porque es todo futuro, proyecto, entusiasmo, etc. Aunque de igual forma, el niño se aburre. Pero no porque su carácter futurizo deje de estar presente, sino porque no sabe hacer o no puede hacer algo que desea o que necesita hacer. Es decir, se aburre cuando no puede hacer de su ilusión un acto.

A diferencia del niño, el adulto va perdiendo ilusiones conforme se va acomodando al mundo y lo concibe como algo estático. Pronto considera que ya lo ha visto todo y que sus circunstancias son las mejores. Esto provocaría una pérdida de capacidad de proyección que va en contra del desarrollo personal y anula dos aspectos del ser humano esenciales: el carácter futurizo y la inconclusión, esta última que nos presenta como un ser abierto en permanente construcción, nunca acabado.

Necesidad de sentirnos inacabados

Por lo expuesto, a veces el adulto cae en el error de darlo todo por hecho. Sin embargo,  toda ilusión necesita una continuidad en el tiempo y a la vez incorporarla a un proyecto vital para ir construyendo la persona.  Así, nuestro ser debe aparecer inacabado, abierto al cambio y por tanto a la entrada de dicho sentimiento que nos empuja a un futuro soñado. Convirtiéndose entonces la ilusión en un ingrediente esencial para construirnos y mejorarnos a nosotros mismos.

Ahora bien, si pensamos que nuestro mundo está hecho caemos en una cotradicción, primero porque la vida siempre nos trae cosas nuevas y originales y en segundo lugar porque vivimos en la realidad.  Esta realidad no está fijada a unos patrones establecidos, sino que tiene la característica de ser emergente, nueva y cambiante y todo ello lo introducimos en nuestras vidas, hacemos uso de ella, nos trae infinitas oportunidades que podemos ir eligiendo para construir nuestro quien.

Ilusión como guía hacia el futuro

De lo expuesto se deduce que aunque originariamente el término referido hacia alusión a la falsedad ahora ha pasado a entenderse como “lo que no es” pero “esperamos que sea”. Con ello, la ilusión pasa a ser una anticipación de lo que va a aparecer en nuestra vida.

Según Marías, si el cumplimiento de la ilusión está proyectado a largo plazo, anticipamos lo que va a acontecer cuando la realicemos y en el periodo de espera imaginamos las distintas consecuencias que le pueden seguir. Pero cuando la realización de la ilusión es a corto plazo, aparece la impaciencia que la hace más intensa. Finalmente, si la ilusión fracasa, surge el sentimiento de no saber que hacer y renunciaremos a ella o elegiremos otro camino para conseguir el fin. Pero de una forma u otra es la que nos guía hacia el futuro que deseamos realizar.

Miedo a la desilusión

La ilusión es inminencia. Nos ilusiona lo que podemos conseguir. Pero ésto no evita que aparezca el temor a la desilusión, a que el resultado no responda a nuestras expectativas. Por ello, no ha desaparecido el sentido antiguo de este término. Aunque de cualquier forma, el camino que transitamos hacia nuestras ilusiones construyen poco a poco lo que somos. De ser así, ¿importa realmente que esta no se cumpla? De no cumplirse, la ilusión es sustituida por otra, y así continuamos en una constante transformación que nos lleva a un futuro incierto pero que nace a partir de este sentimiento humano.

Si, por el contrario, no llega la desilusión y lo que conseguimos es justamente lo que habíamos proyectado, lo introducimos a nuestra vida como algo personal e insustituible. Y lo obtenido nos sirve para ir formando nuestro yo y la trayectoria vital. Claro que, la inconclusión del hombre hace que la vida no sea un elemento estático y necesitamos nuevas ilusiones que complementen a las que tenemos y que contrarresten a las perdidas o a las desilusiones.

Ilusión de ayer ladrillo del yo de mañana

Este fluir constante con la llegada de nuevas ilusiones hace posible afirmar que para que la ilusión sea tal esta debe tener continuidad en el tiempo además de ser futuro anticipador. Con ello,  la ilusión no sólo anticipa lo que va a venir, sino que enlaza nuestro presente con nuestro futuro, nos lleva hasta él.

Así, debemos afirmar que la ilusión nunca está dada, pues siempre surgen nuevas expectativas, nuevos proyectos y nuevas necesidades. Es cierto que la persona a lo largo de su vida necesita infinidad de cosas y no sólo en algún momento de su vida, sino siempre, de ahí que tengamos miedo a la soledad, a la ignorancia y en definitiva a lo que no conocemos y que intuimos que nos aguarda en un mañana. Por ello, esta se apropia de lo que le hace falta, no lo desecha, sino que lo guarda para poder utilizarlo en otra situación. De esta manera, lo que ayer era ilusión hoy es un ladrillo del ser que somos.

La vida está llena de ilusiones y éstas nos mantiene en un constante proceso de construcción del yo. Hay cosas que hacemos todos los días y por eso, porque son habituales, nos da seguridad. Pero al mismo tiempo somos conscientes de nuestra mortalidad, por ello incluso lo cotidiano puede hacernos ilusión en cuanto que nos proporciona un proyecto, al menos para el mañana.

Conclusiones

Con lo expuesto se comprende que la ilusión no es un sentimiento cualquiera, sino una dimensión del ser humano imprescindible para su construcción y mejora. Incluso teniendo abierta la posibilidad del fracaso, pues nos empuja a un futuro que inevitablemente alcanzaremos, y cuanto más sembrado este el camino mucho más rica la cosecha. Es por ello que Marías no se limitará a definirla. Pues siendo esta parte constitutiva del ser humano deberá relacionarla con las principales dimensiones de la vida humana. Así pues, nos hablará de su relación con el deseo, la vocación, el amor o la ausencia, entrando en la parte más íntima de cada uno de nosotros.

Como resultado, esta obra es de necesaria lectura. Siendo estos aspectos constitutivos del ser que somos y  nuestras ilusiones presentes los ingredientes que conformarán el yo de mañana, teorizar sobre ella es aprender a disfrutarlas, y como no, acercarnos un poco más al misterio que aún vive dentro de nosotros mismos. Y es que, como el mismo Marías dice en estas páginas:

“La persona- realidad viviente , nunca <<dada>>, por muy presente que esté- se dilata hacia el futuro, y la ilusión por ella consiste muy principalmente en su descubrimiento”.

Julián Marías, Breve tratado de una ilusión. Alianza Editorial.

Raquel Moreno Lizana.